09 junio 2008

Monagas

Cualquiera pierde la cuenta de cuantos parques hay en el País denominados en honor al apellido de este coloso del olimpismo puertorriqueño, de la misma manera que se pierde la noción de espacio y tiempo en este predio bayamonés.

Ya rebasas la fea tubería de las industrias petroquímicas y manejas con precaución ante el zum-zum de los camiones que van y vienen como paquidermos veloces. Un predio baldío precede el verdor. A tu izquierda una empresa distribuidora de frutas te da la bienvenida y a tu diestra una cárcel te recuerda sin querer queriendo: mejor pórtate bien.

Pero ya estás aquí y el ruido de los pájaros, la copa de los caobos y los almácigos, junto al olor de los almendros en flor te preparan para el escape. Verás la pista ecuestre, cuidada con celo por criadores iracundos, y si tienes suerte podrás disfrutar de la belleza de un ejemplar que surca los obstáculos sin problemas. Blanquísimos son los jinetes y jockets que comandan estos equinos, podrás pensar mientras ajustas tu bicicleta de montaña. Estas a un paso de hacerte del monte. He aquí el Walt Disney World del mountain biking. Intérnate en cualquier trillo: la aventura está en cualquier giro. ¿Te decidiste por el camino La Ceiba? Cuidado con las bajadas súbitas en las que Arduengo ha dejado el pellejo. ¿O acaso prefieres el trecho juguetón de Magic Kindom? Precaución. De bruces ha quedado el que escribe ante tanta diversión. Fíjate bien en los polvorines abandonados, colmados de raíces, mangostas, culebras, insectos y Dios sabe qué más. Sí, esto era parte del arcaico Fort Buchanan, por el que tanto lloran los patriotas wanabi de las barras y las estrellas. Poco importa ahora ese rollo. La naturaleza te abrazó. Atrás quedó la urbe impudente con su mundanal ruido. Sube las empinadas cuestas. Esquiva las raíces por doquier y vuelve a sentirte como un niño que juega a los exploradores. Necesitarás buenos frenos para no pisar a las boas que dormitan sobre las piedras buscando un rayo del sol que no penetra la espesura. Y serán vitales tus fortalecidas piernas y pulmones para que subas a la torre del miradero. Asómate para contemplar la bahía de San Juan y la pequeña inmensidad de este trozo de paraíso.

Por Urbanauta, tomado de endi.com

Flickr Creative Commons Contributor: hadock

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